Soy bisexual, ¿y?

Soy bisexual, lo digo con mucho orgullo, porque tengo muy claro lo que soy, como quiero y a quien quiero. No estoy en ninguna fase, no tengo problema alguno ni físico ni mental y no, tampoco soy un “enfermo” o alguien “que se follaría a todo lo que se moviese”.

El rechazo a lo diferente, a lo desconocido es real. Por desgracia, hay un aura social que durante muchas décadas fomenta el odio hacia el colectivo LGTBi, escudándose siempre ese comentario tan rancio de “es que lo normal es un hombre y una mujer”.

Yo he recibido golpes, insultos, burlas públicas, rechazo, por el simple hecho de atraerme hombres y mujeres. Era tal el desconocimiento, que la gente me rechazaba sin tan siquiera preguntarse el por qué de mi sexualidad, mis sentimientos o mi forma de afrontar mis relaciones. Simplemente me tachaban de diferente, aplicaban en mi todo aquello que habían escuchado a lo largo del tiempo y, por ende, me odiaban.

Gente que se apartaba cuando pasaba a su lado pensado que intentaría tirármelos (suena estúpido, pero era así), gritos de “maricón de mierda” o “te follas lo que sea”, risas, comentarios. Las únicas personas que se acercaban para preguntarme algo, lo hacían siempre de una forma puramente sexual, queriendo saber qué es el sexo con otro hombre, simplemente lamentable.

Yo llegaba a salir con miedo a la calle, porque no sabía qué podría pasarme. Y me mataba por dentro la soledad, querer combatirla, sentirme querido y aceptado y tener todo lo contrario.

Duele ver que por ser como eres, por nacer así, mucha gente no te acepta.

Pude alejarme de esa toxicidad que me rodeaba, de quienes me hacían daño y pude conocer a gente que me quería tal y como soy.

Debemos avanzar todos hacia una sociedad en la que no exista discriminación alguna por la condición sexual de nadie. Todos somos igual de válidos y amamos de la misma forma, aunque cada uno a distinto sexo. Mantenemos relaciones afectivas y sexuales de la misma forma que lo puede hacer un heterosexual. Es como todo.

Hay heterosexuales promiscuos y no. Hay personas del colectivo LGTBi que lo son y no. Hay heterosexuales que no siguen el modelo de familia tradicional y si y lo mismo en el colectivo LGTBi. Dejemos ya de pensar que nosotros buscamos algo distinto a ellos, que vivimos de una forma inmoral o antinatural.

De esa forma, podremos vivir en paz y no tendremos que temer por la vida de nadie por ser quien es.

Luchando contra mi propio yo

Con el paso de los años, he evolucionado como persona, de una forma que jamás creí que fuera posible. En mi adolescencia, renegaba de mi mismo. Durante años, mi vida se llenó de dolor y rechazo. Para mis semejantes era una simple atracción, el blanco de golpes y burlas, esa persona en la que podían descargar toda su ira.

Escuchar cada día insultos, desprecios hacia mi físico, mi forma de actuar, me hicieron hundirme en un pozo sin fondo del que me ira imposible salir. Fueron ellos los que atrofiaron la visión de mi realidad. Pensaba que si tanta gente odiaba mi físico, a lo mejor tenían razón y llegué a odiarme.

Me horrorizaba verme, puesto que cada vez que lo hacía, me veía como alguien feo, lleno de granos, de marcas, una persona a la que nadie querría. No me sacaba fotos y si alguien me las hacía, no quería verlas. Todo se acrecentó mucho más cuando debí llevar corsé, pues ese era otro motivo más para la burla.

Nadie tenía ninguna palabra de ánimo, ni un gesto amable, ninguna complicidad conmigo y me convertí en alguien extremadamente frágil y vulnerable.

Pude salir de ese infierno y comencé una lucha contra mis demonios, que me dolió, pero cambió mi vida.

Arrastraba muchos miedos. Me veía incapaz de entablar una amistad, porque pensaba de antemano que esa persona se burlaría de mi y me rechazaría. No decía nada, incluso me aterrorizaba el estar con otras personas. Estaba solo, porque mi cuerpo y mi mente se paralizaban y no me permitían socializar con nadie.

Pero notaba que todo aquello era distinto. Nadie me juzgaba, nadie me miraba con cara de asco, no decían nada a mis espaldas. Empecé a darme cuenta de que a lo mejor, es que nadie me odiaba y que todo lo que pensaba, eran pensamientos muertos.

La gente quería hablar conmigo, estar conmigo. Recibía apoyo por mi sexualidad, por mis opiniones, mis ideas. A los demás les gustaba en cierto modo. Potencié aquellas cualidades que siempre se me dieron bien. Seguí escribiendo prosa, lanzando mis pensamientos al mundo y me encantaba.

Y gracias a todo ello, empezó a nacer un nuevo yo. Todavía me costaba asimilar que la gente hiciera cumplidos por mi físico, pero me miraba a mi mismo de una forma distinta. Empezaba a pensar que a lo mejor yo, con mi pequeña barriga por entonces, mis granos, mi mirada medio cerrada, etc… podía gustar a otras personas y así fue.

En mi etapa de instituto dejé un buen recuerdo en aquellos que fueron mis compañeros. Me abrí mucho más, ya no tenía miedo a sentir, a contar, a expresar, a disfrutar de todo aquello que me apasionaba.

Y todo fue creciendo mucho más. Ahora puedo decir que soy yo mismo al 200%, puesto que no recibo dolor del resto, si no afecto. Cuando me miro, veo a alguien especial, único y a su forma, atractivo. Me hago fotos porque me encanta, me veo genial y quiero compartirlo con el  resto del mundo. Me quiero tal y como soy, me quieren tal y como soy y eso hace que quiera vivir esta vida al máximo, que explore más allá de mis límites y luche con decisión, por todo aquello que tanto deseo.

Sucio y penetrante erotismo

Mis labios se humedecen al mirarte, presagio de lo que de forma casi imperceptible, desean que se vuelva real, intenso, puro.

Lentamente me acerco hasta el horizonte de tu rostro, para descubrir paso a paso, todos sus rincones. Te beso, impregnando mi alma en un solo instante cargado de placer.

Bajo hasta las profundidades de lo prohibido, para descubrir ese secreto que me ocultas y que mi ser muere por conocer. Y ante mi, lo que ya es todo un mar de un placer silencioso, inyectando su néctar sobre mi piel. Introduzco mis dedos, recorriendo cada cavidad de tu ser, a la vez que el canto de la pasión más pura, penetra en mis oídos y me eleva al cielo.

Y no me detengo, pues tus gemidos son mi combustible. Ese placentero dolor que recorre mi espalda, la forma más directa de demostrar el placer que este momento te produce, empujándome a seguir cada vez a mayor velocidad, hasta que el flujo, imparable, baña todos mis sentidos y nos atrapa en un circulo cargado del más sucio erotismo, que no pretendemos abandonar.